Me faltaba meter las manos en la masa. Así, literal, completamente. Y llegó el día. Yo estaba plácidamente engatusado por la internet, adicta compañía de cada momento libre (de otro modo no estaría hecho esto blog). Una dulce voz, la dulce voz, me pregunta si quiere amasar pizza. La tentanción de decir no, seguir ahogado en la red de redes, y luego reclamar que la dulce voz no me enseña a amasar pizza es grande. Pero ya vine haciendo eso por largo tiempo. Consecuencia, manos a la masa, lógica consecuencia.
Amasar me parecía toda una complejidad. Y en el momento de hacerlo, me dije, estos que amasan se la llevan fácil. Pero ahora no me recuerdo ni los pasos, ni las cantidades, ni nada. Ya lo recordaré y les daré la receta.
Pizza con champagne, una fórmula para denominar los años fáciles de las importaciones baratas y la maquinita de producir dólares a granel. La pizza de siempre, pero acompañada de burbujeante francés. Imagen y caricatura de la burguesía de los años noventa.
Amasar me parecía toda una complejidad. Y en el momento de hacerlo, me dije, estos que amasan se la llevan fácil. Pero ahora no me recuerdo ni los pasos, ni las cantidades, ni nada. Ya lo recordaré y les daré la receta.
Pizza con champagne, una fórmula para denominar los años fáciles de las importaciones baratas y la maquinita de producir dólares a granel. La pizza de siempre, pero acompañada de burbujeante francés. Imagen y caricatura de la burguesía de los años noventa.
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