Domingo de primavera, pero nublado, gris, encapotado y oscuro como el mismisimo Batman. "¡Qué lindo día para hacer un asado!, como dice una publicidad. Siempre es una buena oportunidad (si uno tiene la fortunda de poder hacerlo) para comerse un asado. Lo que no todos pueden es asarlo de un modo aceptable, mejor dicho, comible. Secretos hay muchos, y como son secretos yo no los conozco. Claro que si tuviera algún secreto propio, el cuento de los secretos sería contable. Y este adjetivo de cuento contable no tiene nada que ver con mi profesión de contador, porque no cuento cuentos y lo contable refiere a un relato y no a alguna cuestión de la herramienta de la partida doble.
Entonces si no hay secretos qué les puedo decir. Yo enciendo el fuego con unas pastillas que me regalan donde compro el carbón. Casi ni montañita hago. Enciendo ese cubo mágico, aunque no tiene los cuadraditos de varios colores de aquel juego de los infantes que hoy tenemos treina y pico, y me voy a leer el diario, o a comprar más carbón (cuando hace falta, si no hace falta leo el diario), e inclusive, más de una vez he encendido fuego y mientras el carbón pierde el negro para avergonzarse en rojo candente, salgo a comprar lo que vaya a asar.
Para la carne hay miles de aditamentos y condimentos para hacerla más gustosa. Bueno, eso dicen, yo solo le pongo sal cuando me acuerdo. Ahora estoy con esta técinica que no sé de dónde la saqué de salar solo el lado que va sobre el fuego y recién salar el otro lado segundos antes de darlo vuelta. Pero como me olvidé ya en varias veces de volver a salar, hoy salé todo de una y chau pinela. Lo que sí sin saber gúai, el güeso sobre la parrilla primero. Ah, me olvidaba, uno siempre que comenta algo se olvida de algo (¿será una resistencia interna para no transferir todo correctamente?) cuando el hierro de la parrilla está calentito, limpio con grasa. Esto hace que la carne cocida quede bien marroncita. Ya sabemos que todo entra por los ojos como la calentura cuando uno mira a esas modelos en la tela. Buen color, mejor olor, mejor sabor, uno ya se va haciendo acreedor al aplauso (lo de acreedor tampoco tiene que ver con mi profesión).
Bueno, la carne crujía como a treinta centímetros de las brasas y yo me puse como a cinco metros a tomar mate, leer (hojear) el diario y charlar con la Ale mientras ella preparaba de a una las ciento cincuenta ensaladas que prepara para cada vez que hay asado. Compra lechuga como para alimentar a todas las yeguas del hipódromo. Hablando de yeguas me buenas que están las modelos de la revista de este domingo.
Llegan los comensales, saludos por todos lados. ¿Por qué los parientes se saludan más que los amigos? Besos y abrazos. Que traen bebidas, que traen vinos, que dónde lo pongo, que con qué te ayudo. Con nada, yo no entiendo. ¿No ven la carne que ya está dada vuelta? ¿No oyen como cruje? ¿No ven que las ensaladas están listas para condimentar? ¿No ven la mesa puesta? (Bueno, no fue el ejemplo de hoy). En fin, no, no hagas nada, gracias (el "gracias" debe ser dicho en el mismo tono de hipocresía en que fuera efectuada la oferta, y en lo posible mostrando la misma cantidad de dientes que los que mostró la sonrisa del oferente. Si no le sale, tranquilo -fresco en caleño- con tiempo todo sale).
Para cuando terminamos de juntarlos a todos en la mesa, había tenido tiempo de cortar los chori y las mollejas. Así los serví... Por favor, no prestar atención a la panza azul que me hace parecer ballena del mismo color. No entiendo como salió esa panza ahí. Así se veía en mayo pasado cuando pesaba 82 kilos, pero por más que la mona se vista de seda, la panza de ballena le queda.
Entonces si no hay secretos qué les puedo decir. Yo enciendo el fuego con unas pastillas que me regalan donde compro el carbón. Casi ni montañita hago. Enciendo ese cubo mágico, aunque no tiene los cuadraditos de varios colores de aquel juego de los infantes que hoy tenemos treina y pico, y me voy a leer el diario, o a comprar más carbón (cuando hace falta, si no hace falta leo el diario), e inclusive, más de una vez he encendido fuego y mientras el carbón pierde el negro para avergonzarse en rojo candente, salgo a comprar lo que vaya a asar.
Para la carne hay miles de aditamentos y condimentos para hacerla más gustosa. Bueno, eso dicen, yo solo le pongo sal cuando me acuerdo. Ahora estoy con esta técinica que no sé de dónde la saqué de salar solo el lado que va sobre el fuego y recién salar el otro lado segundos antes de darlo vuelta. Pero como me olvidé ya en varias veces de volver a salar, hoy salé todo de una y chau pinela. Lo que sí sin saber gúai, el güeso sobre la parrilla primero. Ah, me olvidaba, uno siempre que comenta algo se olvida de algo (¿será una resistencia interna para no transferir todo correctamente?) cuando el hierro de la parrilla está calentito, limpio con grasa. Esto hace que la carne cocida quede bien marroncita. Ya sabemos que todo entra por los ojos como la calentura cuando uno mira a esas modelos en la tela. Buen color, mejor olor, mejor sabor, uno ya se va haciendo acreedor al aplauso (lo de acreedor tampoco tiene que ver con mi profesión).
Bueno, la carne crujía como a treinta centímetros de las brasas y yo me puse como a cinco metros a tomar mate, leer (hojear) el diario y charlar con la Ale mientras ella preparaba de a una las ciento cincuenta ensaladas que prepara para cada vez que hay asado. Compra lechuga como para alimentar a todas las yeguas del hipódromo. Hablando de yeguas me buenas que están las modelos de la revista de este domingo.
Llegan los comensales, saludos por todos lados. ¿Por qué los parientes se saludan más que los amigos? Besos y abrazos. Que traen bebidas, que traen vinos, que dónde lo pongo, que con qué te ayudo. Con nada, yo no entiendo. ¿No ven la carne que ya está dada vuelta? ¿No oyen como cruje? ¿No ven que las ensaladas están listas para condimentar? ¿No ven la mesa puesta? (Bueno, no fue el ejemplo de hoy). En fin, no, no hagas nada, gracias (el "gracias" debe ser dicho en el mismo tono de hipocresía en que fuera efectuada la oferta, y en lo posible mostrando la misma cantidad de dientes que los que mostró la sonrisa del oferente. Si no le sale, tranquilo -fresco en caleño- con tiempo todo sale).
Para cuando terminamos de juntarlos a todos en la mesa, había tenido tiempo de cortar los chori y las mollejas. Así los serví... Por favor, no prestar atención a la panza azul que me hace parecer ballena del mismo color. No entiendo como salió esa panza ahí. Así se veía en mayo pasado cuando pesaba 82 kilos, pero por más que la mona se vista de seda, la panza de ballena le queda.
Ni idea tengo de porqué se sirven primero las achuras y los chorizos, pero son esas costumbres tan arraigadas y consensuadas, bueno eso explica porqué se llaman costumbres. Por las dudas, por temor a romper alguna tradición gauchesca fuimos con los chori y luego con el asado, pero como quedaron algunos chori, le presenté así...
Desde que comencé a comer pechito de cerdo en casa de mis suegros, uy qué días aquellos de mi adolescencia calentando silla mientras otros calores me calentaban a mí, bueno eso queda para otro blog de tipo erótico (nunca me atreveré a contaros eso). Decía que desde aquellos días que acostumbramos a comer cerdo y así se ve bien cocido, bien asado, bien sabroso...
Mi mejor amigo dice que lo mejor para comer a la parrilla es el vacío. Yo pienso que algo vacío no puede ser bueno, y menos, mejor. Además en la parrilla hace mucho calor, por las brasas encendidas, ¿vio? (las brasas cuando se apagan, ¿siguen siendo brasas?). Ni modo, como dicen en Colombia, ni modo, como se me pegó a mí de mi paso por la tierra del Cafetal. Ni modo, el vacío cuando está bien hecho se ve así:
Quizás se estén preguntando cuántas personas se comieron todo eso. Fuimos doce porque faltó uno. La respuesta que sigue solo debe ser leída por todas las que dijeron "ah, iban a ser trece" u otra expresión en el mismo tono de ingenuidad (o boludez para ser directos): Sí, íbamos a ser trece. Dicen que trece a la mesa es mala suerte. Otros dicen que mala suerte es un gato negro. Otros que trece es malo cuando es martes o viernes como en yanquilandia, desde donde importamos que un viernes trece puede ser mala suerte, y también la fiesta de jalogüín, entre otras boludeces (pendejadas para que entiendan mis amigos en Cali). Como sea, exista o no la mala suerte, los que nos comimos lo fotografiado fuimos:
Los que los conocen los conocen y los ven como están hoy (bueno ayer, bueno antiayer, bueno al 26 del once del cero seis). Los que no los conocen, también los ven, a menos que cierren los ojos o esta ventana. No quería escribir la última oración, pero me imagino que alguna que tuvo que leer la frase "Sí, íbamos a ser trece" puede estar leyendo hasta acá, para ellas: "Sí, la foto de los comensales la saqué yo, las otras, en las que sostengo la bandeja, no".
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